El cantautor que combina la música con su trabajo social, habló con Notifé sobre su pasado reciente, Internet, la salud y la música de hoy
Ignacio Copani vivió su primera infancia en la provincia de Santa Fe, “en un pueblito cerca de Rosario, donde me hicieron dos veces ciudadano ilustre y una vez persona no grata”, cuenta el cantautor con un dejo de amargura. Fue en aquellas épocas donde a los argentinos nos había separado un puñado de porotos. “Con lo de la 125 me putearon en todos los idiomas. Hasta mi familia no me llama.” En su último disco, “Yo nunca me metí en política”, Copani hace lo que más sabe: decir lo que piensa a través de canciones, haciendo ejercicio de su libertad de expresión sin medir las consecuencias políticas, comerciales o las que fueran.
¿Ese tema está bastante más aplacado ahora no?
Sí, de hecho ya he tocado en varios lugares de la pampa gringa y me ha ido bárbaro. Incluso no solamente en un recital mío al que va el que paga la entrada, sino que he tocado en una plaza en Pergamino y en otros lugares públicos del sur de Córdoba. Pero fue más de un año denso. Sobreviví a episodios muy incómodos, pero ya no es tan así.
¿Fue la vez más fuerte que en tu carrera se mezcló la música con la política?
En el contenido de mis canciones la política siempre estuvo presente, lo que sucede es que yo en algunos temas canto contra el poder, y siempre ese poder estaba en el gobierno. Ahora cambió el eje. Esta vez el poder de los grupos económicos y mediáticos no está en la administración, pero yo sigo cantando contra ese poder, que es el que a mi entender no nos permite ampliar el horizonte. Yo no cambié mi musa inspiradora, siempre canté contra la injusticia y la desigualdad.
¿Cómo nacen tus canciones?
Desde pibe me interesó cantar lo que veía: me gustaban mucho las canciones de amor, pero por un lado me aburría hacerlas y por otro me daba pudor mostrar la intimidad de mis sentimientos. Entonces desde chico comencé a hacer canciones con lo coloquial, con mi barrio, con mi equipo de fútbol, River, y con las cosas que eran parte de mis sentimientos. Y entre ellas aparecían muchas canciones llamadas de protesta, porque comencé a componer de adolescente en la época de la dictadura. El conflicto siempre es lo que me lleva a componer, a veces es un conflicto superficial, pero muchas veces conceptual como el de aquella época. Por eso el contenido de mis primeros temas en sí era triste, porque era como si escribiera las canciones en una pieza sin ventanas. Ahora las escribo con las puertas abiertas de par en par.
Sin embargo tu faceta más conocida es con las canciones alegres
Sí, eso es lo que me hizo conocido, canciones que fueron de moda: “No te creo nada”, “Cuantas minas que tengo”, “Lo atamos con alambre”, “Cuidado con los ladrones”, “Los Benvenuto”… Pero no fueron esos temas los que sostuvieron mi carrera. Si hubiera profundizado sólo en ese costado, hoy ya sería un artista olvidado. Me parece que estuvo bien lo de hacer canciones como “Lo atamos con alambre”, que se puso de moda, pero ya en el mismo disco hay temas como “Chupetines de acuarela” o “Puede verme”, que ya ponían acento en otra cosa. De todas maneras, la música “divertida” a mí me gusta hacerla, porque me aburriría hacer un recital entero con canciones dramáticas. Los muy grandes tienen también toques de humor y ritmo en su repertorio, por ejemplo Chico Buarque, Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez. Yo no hubiera podido sostener una carrera de humorista porque no soy un tipo divertido, como por ejemplo lo es Horacio Fontova. Así es que no podría haber sostenido con aquellos éxitos toda una carrera, hubiera sido una farsa. Hay artistas que sostienen farsas durante décadas, pero esa nunca fue mi intención ni mi vocación.
¿Y cómo fue el nacimiento de una canción como “Cacerolas de teflón”?
Fue un hit de casualidad porque fue por Internet. La compuse en los mismos días del cacerolazo por la 125, en que vi por la tele esos carteles que decían: Volvé Videla. Y además del cartel vi que nadie los apartaba. Y como no soy nada original en eso que lleva a los autores a escribir, hay uno de oficio en el que uno va volcando sus ideas y hay otro que es más compulsivo, que se refiere a un episodio muy feliz o muy infeliz que te lleva a componer estés donde estés. A mí, cuando me pasa esto último, al margen de no saber qué va a pasar con la canción, me hace sentir muy bien, porque es como que estoy recurriendo a la esencia de lo que es el compositor, a escribir lo que sentís. Cuando ocurren episodios así espontáneos te decís, “¿qué tenía que hacer yo?”: una canción. Así es que les mandé la letra a unos amigos que la hicieron circular. Luego la canté en el primer aniversario de la muerte del maestro Carlos Fuentealba en Neuquén.
Allí apareció en Internet, desde una grabación casera de una camarita que tomó una persona desde el público. Luego la canté en un par de lugares más, donde también aparecieron más filmaciones de aficionados y así circuló la música de la canción. Pero fue un hit diferente, que no sonó en la radio ni en la televisión, pero entre todos los soportes en los que la han subido a Internet tiene más de dos millones de visitas.
¿Y el hit “Cuántas minas que tengo”?
Tenía un amigo mío de San Justo que siempre se jactaba de sus conquistas, pero yo nunca lo había visto con ninguna mujer. Ése fue el disparador. Y después que es un tema con el que fanfarronea cualquier hombre. Fue la primera canción con la que tuve éxito. Había recorrido todas las compañías de discos y rebotaba en todos lados con mis canciones. Entonces vendía un caset con ellas en mis recitales, y gracias a ese caset y alguien que me vio en un recital que era amigo del Director artístico de EMI, me llamaron y me dieron un contrato de seis años. Para mí significó una oportunidad de difusión. Salió ese tema, pegó y a partir de ahí comencé a hacerme conocido. Desde 1996 me manejo de forma independiente, lo que me permite ser libre en todo sentido.
¿Como músico cómo ves toda esta irrupción de las bajadas de música por Internet?
Me parece bien. Hay que adaptarse a los tiempos, además Internet no propone una piratería industrial. Nadie baja un tema de Internet y arma el disco trucho para ir y venderlo. Los discos truchos salen de fábricas. Tomo lo de Internet como una promoción, cada uno que baja un tema es como cuando lo escucha por la radio. A mí, en particular, si no fuera por Internet no sé como hubiera difundido mis obras de la última década. Pero no es a mí al único que le pasa, este año salieron dos discos importantes, uno de Serrat y otro de Silvio Rodríguez, y los nombro a ellos porque para mí son los dos poetas más grandes dentro de los trovadores, y nadie se dio cuenta, salvo los que seguimos sus carreras. Es decir, si no es un episodio a destacar en los medios que salga un disco de los cantautores número uno, entonces qué queda para los demás.
¿Para el que comienza en la música ahora es más fácil o más difícil que antes?
Es una carrera donde hay que tomar exámenes todo el tiempo. Ahora tiene beneficios, como poder hacer demos muy baratos y poder mandarlos al mundo por Internet. Pero en las posibilidades de trascender termina siendo difícil, primero porque el espectro de competencia es mucho más amplio. En ese sentido los jóvenes como estrategia deberían impulsar más la originalidad del repertorio para poder destacarse. Creo que todavía los jóvenes artistas no lograron el ascenso intelectual que está logrando la comunidad joven con su acceso a la participación. Todavía sigue la inercia de la poca exigencia y de la búsqueda de la oportunidad mágica. Espero que eso cambie. Me considero un joven experimentado y me encanta que jóvenes vengan a mis recitales, pero tendría que haber un Ignacio de veinte años, un León Gieco o un Alfredo Zitarrosa de veinte años, pero todavía no están apareciendo.
¿Cómo relacionás a la música y con la salud?
Me parece muy importante, desde el consuelo cuando un bebé llora o tiene esos dolores como la salida de los dientes o los cólicos, que cuando lo mecés y le cantás lo ayuda. También se ve desde que nacen los chicos que los ponen en los cochecitos con cajitas de música, que los calma o los hace reír y se mueven al compás. En lo que es la música en sí, el concepto musical es absolutamente positivo para la salud. También es verdad que puede dañar la salud cuando se escucha música a decibeles muy altos. Pero también los contenidos de la música muchas veces promocionan la mala salud, que por las modas y las vanidades han inducido a mucha gente a perjudicar su propio cuerpo. De hecho en el rock ha habido mucha irresponsabilidad en la difusión del tema de las drogas desde un lugar irresponsable y vanidoso.
La figura de rock que sale al escenario y hace una oda a las drogas seguro que tiene una obra social, tiene manager y cuando se baja del escenario tiene una vida contenida. Pero el pibe que está abajo saltando y tomando por reflejo queda desguarnecido. Por eso en el artista tiene que existir una responsabilidad para fomentar la buena salud. Cada uno que haga lo que se le dé la gana, pero no estoy de acuerdo en fomentar desde la música el daño para el prójimo.
¿Esperás la reconciliación con tu pueblo?
Sí, creo que sí. Pero son ellos los que se tienen que reconciliar con la verdad, porque las cosas que me han dicho son todas mentiras. Nadie me dijo “cómo desafinás en esta canción”, que lo admitiría como una crítica, o “qué letra berreta”. Fueron críticas desde la mentira, de que cuanta guita te ponen o que está comprobado que recibo tanto dinero por mes. Además, dejaron de hablarles a mi mujer y a mis hijas que no escribieron ninguna canción. Pero no me quita el sueño, porque el hecho de no poder ir a ponerle una flor al cementerio a mi viejo, no me hace nada, se la pongo cada día y lo honro en cada canción.-
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